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ESTAR PRESENTES

Alba es una niña de 12 años, hija de una madre exitosa en su empresa y un padre muy ocupado. Sus padres están poco en casa y cuando están allí, no están presentes, siempre pensando en los problemas del trabajo, abrumados ante los pagos, las demandas de los clientes y el miedo a la pérdida de facturación. La madre de Alba le pregunta qué quiere para su cumpleaños, que será pronto. ¿Qué quieres que te compre?, te pregunta. Alba se lo piensa, tiene todo, y después de reflexionar le dice: ¡Te quiero a ti!

Sobreestimulación

Nuestra cultura está llena de estímulos para distraernos de las crisis personales y colectivas: el consumo ilimitado, el entretenimiento digital del mundo virtual, las adicciones, el deseo de dinero, son una serie de substitutos para engañarnos. Por lo general, ponemos nuestras esperanzas de plenitud y realización en objetos externos, que son absolutamente transitorios y a menudo están fuera de nuestro control. En esta cultura consumista hemos puesto mucho énfasis en adquirir cosas y perseguir experiencias agradables, lo que ahora es insostenible y vemos su lado más depredador en el asesoramiento de algunos para obtener más y más. Mientras vivimos con poca conciencia, con la mente puesta en otros tiempos y experiencias de lo que sucede, nos perdemos de las delicias constantes de la vida. Vivimos anestesiados y necesitamos muchos estímulos externos para sentirnos vivos. Lo que ayer nos satisfacía, hoy ya no lo hace, y tenemos que aumentar la dosis de estímulo, cayendo en conductas adictivas, en lo que Sharon Salzberg llama «una cadena interminable de antojos». En este contexto, detenernos, simplificar, silenciar y aliarnos con la verdad, es un gesto digno, revolucionario, que nos permite la mejora continua.

Una mente distraída es una mente infeliz

Hace dos años, la revista Science publicó un artículo sobre un estudio de un grupo de investigadores de Harvard, titulado “Una mente distraída es una mente infeliz” (A wandering Mind in an Unhappy One). Con una muestra de 2.250 voluntarios, tuvieron que responder en momentos imprevistos del día que estaban haciendo, lo que estaban pensando y cuál era su grado de felicidad en una escala de 1 a 5. Los resultados mostraron que el 47% de los sujetos estaban pensando en algo distinto al que estaban haciendo, es decir, la mitad del tiempo que no estuvieron presentes. El segundo resultado importante de esta investigación era que el grado de felicidad no estaba relacionado con la actividad que estaban haciendo, sino con el grado de conexión con lo que estaban haciendo. Es el grado de presencia en lo que hacemos el que aporta el mayor bienestar. Si estamos haciendo una actividad, por ejemplo, estar con alguien en nuestra familia y nuestra mente está divagando sobre otro tema como sobre lo que tenemos que hacer después o mañana, o imaginándonos en otro lugar, esto baja nuestro nivel de felicidad. No es lo que hacemos, sino cómo nos vinculamos con esa actividad lo que nos da mayor bienestar. Esto es así incluso cuando la divagación o la distracción mental tiene contenido o pensamientos «positivos».

La práctica de la atención plena nos invita a observar la manera en la que respondemos a los acontecimientos que tenemos que vivir, para cultivar una actitud de aceptación y apertura frente a las dificultades. La aceptación no es ni resignación ni pasividad, es el verdadero reconocimiento de lo que nos sucede para poder actuar de forma adaptativa a las circunstancias, y abrirnos a diferentes posibilidades, integrando en nuestro cerebro toda la información de la experiencia vivida.

En este momento, más que nunca, podemos ver que las piedras son parte del camino, y como dice William James recordad que «el poder de devolver deliberadamente la atención errante, una y otra vez, es la base del discernimiento, del carácter y de la voluntad. Nadie es dueño de sí mismo si no lo tiene”.

Y es esta atención plena la que permitirá a Alba conseguir el mejor regalo: la presencia de sus padres.

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